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La senyera y la estelada |
Debo admitir que antes de armar las valijas y mudarme a Barcelona (a.k.a la segunda mejor ciudad del mundo) traté de no generar demasiadas expectativas respecto a qué me iba a encontrar acá. Muy distinto de cuando me fui a vivir a Buenos Aires (a.k.a la mejor ciudad del mundo), lugar que ya conocía y que me gustaba muchísimo.
Más de dos meses después, pienso que si hubiera generado cualquier tipo de expectativas, Barcelona me las hubiera cumplido todas. Lo que jamás podría haberme imaginado, sin embargo, era que me iba a conectar tan rápido y de manera tan intensa con lo que pienso ser la esencia de Barcelona, la Catalunya.
Para una latinoamericana, es muy difícil dimensionar qué representa este lugar, que en realidad es mucho más que un lugar, antes de estar presente físicamente entre catalanes, escuchando su idioma y conociendo, aunque de manera superficial, su historia.
Desde la primera vez que entré al Mercadona de la calle Consell de Cent y no encontraba el precio de la zanahoria ni del atún, pero sí el de la pastanaga y el de la tonyina, quise aprender catalán. Había otros idiomas en la fila, tenía que seguir de una puta vez con el francés y después probar qué onda con el italiano, pero era muy difícil mantenerme ajena al sonido fascinante del catalán. Y al esfuerzo que hace la comunidad en mantener su identidad viva, teniendo el español como idioma oficial de su país.
Es decir, ningún inmigrante en Barcelona está obligado a aprender catalán y la mayoría no lo hace, porque se puede vivir tranquilamente hablando únicamente español. Es más, se puede incluso vivir tranquilamente hablando solamente inglés. Pero a esta altura me resulta difícil entender por qué alguien no lo haría. No sé, para mí tenés que estar hecho de algún material sintético para escuchar hablar a un catalán y que no te despierte ningún deseo de entender lo que dice.
Lo curioso es que cuanto más me obsesiono, a punto de mirar series, películas y escuchar podcasts de manera casi compulsiva – y de incluso estar leyendo intentando leer un libro en catalán –, frecuentemente siento que estoy ejerciendo una especie de apropiación cultural. No me pasó antes con ningún idioma de los que aprendí o he intentado aprender. Y eso es porque no veo el catalán como un simple idioma. Siento que una persona debe merecer hablarlo y vivirlo. Tiene que ser digna de ello. No sé, no sabría darles más explicaciones de mis enajenaciones mentales.
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