Un poco de normalidad


Luego de siete meses lidiando con
the real expat Barcelona experience, finalmente decidí abandonar el Eixample, también conocido como el centro neurálgico de Barcelona, y vivir como manda la catalana que habita en mí. No, no me mudé a Vic ni a Tarragona. Todavía. Fueron solamente seis estaciones de metro, pero fue un gran cambio, tengo que decir.

De acuerdo con mi percepción de lo que es Barcelona, diría que mi nuevo barrio, La Verneda i la Pau, no parece Barcelona. Es decir, no se parece al Eixample y definitivamente no tiene nada que ver con Gràcia, ni con el Gótico, ni con el Born, y mucho menos con el Raval o la Barceloneta. Las veredas y las calles son anchas, no hay edificios antiguos, no hay la palabra tapas escrita en cada fachada, no hay un brunch en cada esquina, no hay turistas con valijas, no hay turistas con valijas haciendo fila en los brunchs de cada esquina. Incluso me recuerda un poco a la parte más humilde de Belgrano antes de la gentrificación, cuando teníamos que ir hasta Palermo para tomar un Gin Tonic. ¿Eso quiere decir que quizás tenga que ir a otro barrio para tomar un Gin Tonic? Es bastante probable, no mentiré.

Como no es una zona histórica, algunos edificios son un poco más altos, es decir, mi edificio es un poco más alto, lo que me permite tener una bella vista del distrito de Sant Andreu y de la zona montañosa de Barcelona, además de tener luz natural durante todo el día. Todo-el-día.

¿Extraño un poco el bullicio? Nah. ¿Estar a 5 minutos de absolutamente todo? Bueno, eso sí. Y caminar por la calle Concell de Cent. Pero, ¿sabés qué no extraño? No saber si está soleado o nublado. Escuchar la novela china de la vecina de abajo a las once y media de la noche. O el ruido de la cadena de su inodoro siendo tirada setenta veces al día. El olor a panceta frita entrando por mi ventana a las 10 de la mañana. Y que ese fuera justamente el olor menos horrible que entraba por ahí. Estar constantemente a punto de ser atropellada por manadas de turistas vestidos iguales y con el mismo corte de pelo volviendo del supermercado. De tener que esquivar a las instagrammers todos los días camino a mi ex gimnasio porque ellas ne-ce-si-tan sacarse una foto en la fachada de flores artificiales de Brunch It.

Estoy experimentando un poco de normalidad. Paz. Tranquilidad. Ambiente familiar. Ancianos. Ancianos que se caen en la calle (más Belgrano imposible). Solo los dos idiomas oficiales de la región siendo hablados en las calles. Muchas plazas. Parques infantiles completamente vacíos porque ya casi no hay niños. Pocas opciones de lugares interesantes para ir. Sí, porque cualquier adulto a esta altura ya sabe que tener la posibilidad de elegir entre muchas alternativas está sobrevalorado. Y si algún día quiero otra cosa… bueno, son solo seis estaciones de metro.

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