Llegué al bar alrededor de las cuatro de la tarde para hablar con ese tal Felipe sobre el puesto de bartender que había visto en Craigslist. SUPERSTAR BARTENDERS NEEDED, decía. Me acuerdo hasta hoy.
Como todo extranjero en sus primeros meses en Buenos Aires, en 2016 yo todavía creía que Craigslist realmente era una buena opción para: buscar trabajo, buscar una habitación para alquilar, ofrecer mis servicios como profesora particular de portugués. No tuve éxito en ninguna de las iniciativas. Lo más lejos que llegué fue a la entrevista con Felipe.
— Bueno, como te comenté por mail, no tengo ninguna experiencia. — Dije mientras me acomodaba en uno de los bancos altos.
— No hay problema. — Respondió él.
— Nunca trabajé en bar, ni restaurante, ni nada por el estilo. — Insistí, con la esperanza de que él dijera "Hmm, pensándolo bien, tal vez no sea lo mejor. Pero gracias por tu tiempo".
Sin embargo, Felipe parecía muy determinado en tenerme ahí como bartender.
— Hay otra brasilera en el equipo. Trabaja muy bien.
Eso era suficiente para él. Había otra brasilera que trabajaba muy bien como bartender, así que esta otra brasilera sin experiencia en el área también debía trabajar bien.
Me fui de ahí desconsolada. Todo había salido bien y yo haría una prueba la noche siguiente. La noche siguiente era Día de San Patricio y la prueba consistía simplemente en hacer durante siete horas seguidas lo mismo que hacían las bartenders que eran bartenders de verdad.
Esa tarde, de vuelta al Airbnb donde vivía, abrí mi mail y vi que una agencia de publicidad había confirmado una entrevista conmigo para dos días después, es decir, la tarde siguiente a mi prueba en el bar. Por un momento, pensé en no aparecer en la prueba y apostar todas mis fichas en esa entrevista con la agencia, pero no quería perder ninguna oportunidad. Necesitaba conseguir un trabajo urgente o mi intento de vivir en Buenos Aires por segunda vez fracasaría. Así que fui.
Antes de tomarme el colectivo hacia Palermo, merendé de forma contundente, me puse una ropa medio cómoda, medio stylish y partí. Solo podía pensar en el horror que sería aquello. Y, como siempre, tenía toda la razón.
Llegué al bar alrededor de las ocho, un poco antes de la apertura, y, para mi sorpresa, Felipe no estaba. Abrí la puerta lentamente y me presenté ante las chicas que estaban acomodando las sillas.
— Soy la bartender que hará la prueba hoy.
Algunas de ellas estaban al tanto de la situación, otras simplemente asintieron con la cabeza y me dijeron que entrara y dejara mis cosas en la despensa. La cajera era quien mandaba ahí, al menos durante la ausencia de Felipe. No recuerdo su nombre, pero digámosle Florencia. Todas acá se llaman Florencia. Entonces Florencia me explicó más o menos cómo funcionaban algunas cosas, dónde estaban los vasos, cómo se debía servir la cerveza y cómo ponerle colorante verde, ya que era Día de San Patricio. También me dijo que había un "dos por uno" en cervezas hasta la medianoche. Cuando terminó de explicarme todo, puso un plato de comida enfrente de mí y dijo que era la cena.
— ¿Tengo que comer ahora? — Pregunté. Todavía estaba bastante satisfecha con la merienda que había comido antes de salir de casa.
Florencia me miró incrédula, como si no hubiera otra respuesta posible para mi pregunta.
— Sí, ahora.
Agarré el plato y me dirigí hacia una de las mesas al fondo del bar, donde comí en silencio. Llevé el plato a la cocina y regresé a donde se suponía que debía ser mi puesto de trabajo. Alrededor de las ocho y media, algunos clientes ya estaban llegando. Florencia señaló una mesa donde dos chicas acababan de sentarse y dijo que podía empezar por ahí. Fui a la mesa con dos menús, pero ellas solo querían dos cervezas. La regla del bar era pagar al momento de hacer el pedido, porque más tarde la cosa se descontrolaba un poco y era imposible cerrar la cuenta de cada mesa, así que cuando volví con los vasos de bebida verde, ellas me pagaron y llevé el dinero a la caja.
"No fue tan complicado", pensé. De hecho, no había sido nada complicado. Fue incluso bastante agradable. Las chicas de la mesa me dijeron que me quedara con el vuelto. Es decir, mi primer servicio de mesa había sido un éxito total. Empecé a pensar que había nacido para eso. Era una bartender nata. Excepto por el hecho de que me había olvidado completamente del "dos por uno".
Volví discretamente a la mesa y les informé que tenían derecho a otra cerveza cada una por la promo de San Patricio. Sin embargo, lo que no sabía era que para que pudieran retirar la segunda cerveza, debían presentar en la barra un papelito que decía algo como "vale 1 birra". Afortunadamente, el bar se llenó tan rápido que nunca más supe de mis primeras clientas ni de las cervezas a las que tenían derecho.
A medida que el descontrol estaba por empezar, Florencia me pidió que a partir de ese momento solo atendiera en la barra. Es decir, tendría que escuchar lo que cada una de esas personas histéricas - los clientes - quería, informar el monto a pagar, agarrar el dinero, llevarlo a la caja, esperar a que Florencia me diera el vuelto, llevar el vuelto al cliente, preparar lo que el cliente había pedido, entregar el pedido al cliente.
Parte del vuelto casi siempre se convertía en propina, y todas las propinas debían depositarse en un bote de plástico al lado de la caja para luego dividirlas entre el equipo al final de la noche. La plata de las propinas era lo que hacía que valiera la pena para los que trabajaban allí, porque el pago fijo era una miseria.
Después de cometer una serie de errores, como afirmar que teníamos Red Bull cuando en realidad la marca con la que trabajaba el bar era Speed, no poder comunicarme bien en inglés con un gringo y no poder sumar mentalmente el valor de una medida de whisky, más una cerveza, más un Fernet, decidí que dirigiría mi energía a buscar vasos en las mesas e ir al baño la mayor cantidad de veces posible.
Estaba exhausta. El lugar era un caos total, música fuerte, gente bailando en las mesas, nadie se entendía muy bien y el asunto del "dos por uno" era un lío sin fin. "Pero ya debe estar terminando, solo era hasta la medianoche", pensé mientras sacaba el celular del bolsillo para ver la hora: 22:30. Hacía menos de tres horas que estaba ahí y aquello solo tenía posibilidades de empeorar. Como siempre, estaba en lo correcto.
No tenía ni idea de qué era un Jager Bomb, sin embargo, tuve que preparar uno con las instrucciones que me daba la bartender brasilera mientras ella misma preparaba un Fernet de espaldas a mí.
Cada vez que alguien decía que faltaban vasos, era una pequeña alegría.
— ¡Voy yo a buscarlos! — Gritaba, ya dando la espalda a mis compañeras, mientras me dirigía al segundo piso del bar.
Todo lo que quería era no estar ahí atendiendo a esos animales, así que aproveché la ausencia del bachero y empecé yo misma a lavar los vasos. No quería mostrar debilidad, no quería rendirme. "Si busco y lavo los vasos, al menos estaré haciendo algo", pensé. Pero ya era bastante evidente que mis compañeras no estaban muy contentas conmigo, especialmente Florencia. En un momento dado de mi jornada, tardé un poco más de lo normal en el baño y comenzaron a golpear la puerta con fuerza. Era uno de los cocineros. Cuando salí, me fulminó con la mirada.
Finalmente, llegó la tan esperada medianoche y, con el fin del "dos por uno", parte del caos empezó a disiparse. La música seguía alta y todavía había mucha gente amontonada en las mesas, pero el movimiento en la barra ya había disminuido un poco. Luego de una nueva expedición para buscar vasos, Florencia me llamó, abrió la caja y sacó la cantidad exacta de dinero que Felipe había dicho que me pagarían por esa noche. Extendió la mano hacia mí.
— Tomá, ya te podés ir.
— ¿Pero ya? — Pregunté. Faltaban dos horas para el final de mi shift.
— Sí, andá.
Es decir, yo no solo no estaba ayudando, sino que también estaba estorbando las personas que intentaban hacer su trabajo de manera decente.
Miré por un segundo esos billetes de 100 pesos en la mano de Florencia. Esperaba ganar el doble de eso sumando las propinas. Sin embargo, en lugar de sentirme frustrada, una sensación de paz invadió mi cuerpo. Agarré el dinero, agradecí y fui corriendo a buscar mi cartera en la despensa. No me despedí de mis compañeras. Nunca volví a saber de Felipe.
Al día siguiente, la entrevista en la agencia de publicidad salió como se esperaba. Empecé a trabajar ahí una semana después y permanecí por más de dos años.
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