Síndrome de Aceptación Temporal

En una época en la que las BBL, los fillers y los liftings son tan comunes como una cremita de ácido hialurónico y que a la vez se volvió más normal ver personas con cuerpos y rostros reales en Instagram, descubrí que padezco una especie de Síndrome de Aceptación Temporal. Consiste en que la mayor parte del tiempo odio cosas de mi cuerpo, pero tengo lapsos de aceptación que pueden durar horas y con suerte incluso días, varios días.

Todo empezó (el odio, digo) cuando tenía 23 años y vi una foto mía en la boda de una conocida. Observando aquella imagen lo único que podía ver eran las dos patas de jamón serrano que sobresalían de mis hombros a través del hermoso vestido sin mangas que había mandado hacer especialmente para la ocasión. Estaba horrorizada.

¿Cuándo mis brazos se habían puesto tan gordos? ¿O siempre fueron gordos y nunca me di cuenta? ¿Será que sabía que estaban gordos y antes no me importaba? No tenía la respuesta a ninguna de estas preguntas, pero desde ese día empecé a odiar mis brazos y a avergonzarme de mostrarlos. Me declaré la guerra a mí misma: abolí casi totalmente las musculosas y de inmediato empecé a hacer dieta y ejercicios.

La dieta y los ejercicio no funcionaron y tampoco la abolición de las musculosas, porque para que mis brazos gordos no se vieran nunca y yo no tuviera ganas de desaparecer del mapa, tendría que usar manga larga todos los días de mi vida, algo completamente inviable en verano.

De repente, empecé a pensar en cosas que en realidad nunca habían sido mis deseos, como ser periodista de televisión. Las periodistas de televisión no tienen brazos gordos, así que nunca podría ser una.

Cada vez que salía de casa con los brazos descubiertos, la foto de la boda me acompañaba en la mente. No me olvidaba ni por un segundo que ellos estaban allí, enormes, a la vista de todos. Esto jamás dejó de pasar, pero durante todos estos años mis brazos fueron apareciendo en decenas de otras fotos, y ahora todas salen de casa conmigo en el sofocante verano porteño.

Y no es que me rindiera o renunciara. Seguí probando todas las formas naturales y no invasivas para adelgazar mis brazos, pero incluso cuando bajé algunos kilos de mi peso total, mis piernas se habían convertido en dos palitos chinos mientras que mis brazos se habían encogido dos centímetros, con toda la furia. Años más tarde, empecé a hacer ejercicios con pesas en casa mientras atravesaba sin ninguna  dificultad una reeducación alimentar que sigue hasta el día de hoy. No hubo resultados. Agregué a eso un auto masaje diario en la zona. Tampoco resultó.

Un día empecé a investigar una técnica llamada criolipólisis, básicamente una máquina que congela las células de grasa y las elimina en la orina durante tres meses. Fui a una clínica de estética para saber más. La esteticista me explicó el procedimiento y me mostró dos antes y después de pacientes que habían sido tratadas con ella. Una lo había hecho en el abdomen y la otra en los brazos. En el abdomen se notaba alguna diferencia, pero al ver el resultado de la paciente que se hizo el tratamiento en los brazos, tuve que hacer un tremendo esfuerzo para notar algo distinto entre la primera y la segunda foto.

La esteticista me pasó el valor y le dije que a la semana siguiente me comunicaría con ella para agendar el procedimiento. Salí de ahí muy poco convencida de la efectividad del tratamiento, así que fui a investigar un poco más al respecto.

Encontré muchos testimonios de mujeres que experimentaron un dolor insoportable durante y después del procedimiento, gastaron todos sus ahorros y no obtuvieron resultados. Y también encontré el caso de la modelo Linda Evangelista, que se hizo el mismo tratamiento en la papada y tuvo el efecto contrario. En lugar de congelarlas y eliminarlas, las células grasas se multiplicaron y su cuello quedó prácticamente deforme. Leí que no era común que esto sucediera en la criolipólisis, pero que había una posibilidad. Fue entonces cuando tuve mi primera crisis SAT (Síndrome de Aceptación Temporal).

Renuncié a la criolipólisis y empecé a pensar que tal vez no era tan horrible tener brazos gordos. Que ellos cumplían con su rol y aún llevaban varios tatuajes. Que Hilary Duff tenía brazos gorditos y no era fea. Katie Stevens tampoco. Lo mismo con Gina Carano. Que era una locura gastar tanto dinero, tiempo y sentir dolor para solucionar un problema que ni siquiera era tan importante. Que no valía la pena hacer todo esto y correr el riesgo de no tener resultados, o peor aún, tener el efecto contrario. Me estaba empezando a aceptar. Pero, por supuesto, no duró mucho.

Dos meses después, decidí anotarme en el gimnasio. Iba a resolver el problema con musculación pesada. Nunca había dejado de hacer ejercicios con pesas en casa, pero tenían solo tres kilos y las estaba usando hacía un año y medio. En ese momento, debajo de toda la grasa del brazo, ya había aparecido algo de músculo, así que pensé que tal vez no sería tan difícil solucionar el problema en el gimnasio.

En la primera semana ya había tomado el gusto y empecé a ir todos los días, alternando grupos musculares. Después de unos meses, mis brazos estaban aún más musculosos e incluso un poco tonificados, sin embargo, todavía estaban gordos, porque la existencia de músculos no anulaba la existencia de adiposidad.

Hace unas semanas mis brazos aparecieron en otra foto que me sacó una amiga mientras jugaba con su perro. Ya era otoño, pero dentro del departamento hacía un poco de calor, así que me saqué el hoodie y me quedé en remera de manga corta.

Al día siguiente, estuve un rato largo mirando la foto. Fue el detonante perfecto para volver a investigar métodos antinaturales para adelgazar esos malditos brazos.

Encontré una técnica que me pareció infalible: la mini extracción lipídica ambulatoria. Era una mini liposucción que se hacía en el consultorio, con anestesia local y no duraba más de una hora. La paciente podría irse a casa minutos después del procedimiento y al día siguiente incluso era posible trabajar, si no implicaba esfuerzo físico. Era caro, pero estaba dispuesta a pagar, porque definitivamente me iban a CHUPAR la grasa de los brazos, es decir, me la iban a sacar de ahí en tiempo real, imposible no dar resultados.

Pregunté sobre el procedimiento en algunas clínicas y una de ellas me dijo que en realidad no era muy recomendable para los brazos porque no daba los resultados esperados. Sorprendida, fui a buscar opiniones, y era cierto. Muchas mujeres lo habían hecho sin notar absolutamente ninguna diferencia.

En cambio, recomendaron otros tratamientos que se suponía que eran más efectivos. Fui a una consulta gratuita con el médico, quien me recomendó no solo uno, sino tres tratamientos diferentes. El valor de todo sería el mismo que el de la mini extracción lipídica, pero serían varias sesiones y un total de tres meses de tratamiento.

Llegué a casa y una vez más empecé a investigar. Estuve horas buscando relatos de mujeres que se habían hecho uno de los procedimientos y no encontré un alma viviente que afirmara haber tenido resultados positivos. Simplemente gastaron dinero y sufrieron horrores.

Fue entonces cuando el SAT volvió a atacar. Miré mis jamones serranos en el espejo del baño, sacudí un poco la ala de murciélago e incluso empecé a pensar que me había encogido un poco. Solo no medí con el centímetro porque a veces la ignorancia es una bendición.

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