Uno de mis pasatiempos favoritos cuando salgo de casa es reconocer brasileños en las calles de Buenos Aires. Eso, claro, estando a unos metros de distancia y obviamente antes de escuchar sus voces. Empezó en 2015, cuando recién me mudaba acá, influenciada por un ex amigo, también brasileño, que vivía en San Telmo hacía unos años. Caminábamos por el barrio por la noche y de lejos vimos a una mujer que vestía una musculosa rosada, un pantalón blanco ajustado y unas sandalias de tacón fino a juego con la musculosa. Tenía el pelo castaño oscuro, largo y muy liso.
— Mirá, esa es brasilera — dijo él, discretamente.
Dicho y hecho. Cuando la muchacha pasó por nosotros, dio la espalda para comentar algo en portugués con acento del interior de São Paulo a la persona que estaba justo detrás de ella. A partir de entonces, traje este hobby a mi vida. Ni siquiera fue necesario entrenar mucho el ojo, fueron 25 años viviendo en Brasil y se notaba fácilmente cómo la mayoría de mis compatriotas diferían de los porteños.
La moda cambia constantemente, y aunque no sigo las tendencias de mi ex país, identificar a los brasileños siempre es fácil cuando conocés bien su esencia. La mujer brasileña promedio siempre está overdressed en Buenos Aires y difícilmente usará colores neutros. En los últimos meses, noté que su atuendo favorito para caminar por las veredas rotas de Palermo eran los conjuntos rosa o turquesa y sandalias de tacón mediano en tonos pastel. El maquillaje sigue la misma línea: sombra de ojos de colores y labial nude. A su lado siempre hay un marido en chomba, shorts tipo cargo y zapatillas con medias blancas.
Acá, en general, la gente viste bien, sin embargo, tienen un estilo completamente diferente al de los brasileños, y es bastante comprensible. A menos que sea el dress code del trabajo o vayan a un boliche muy coqueto, las mujeres casi no usan tacones. Caminamos mucho.
Nadie acá necesita ser parte del club de fans de los Ramones para usar Converse y borcegos. Tampoco hay que ser fanático de Milleconlin para usar Vans. Es bastante común y todo el mundo los usa. Los pantalones chupines prácticamente se abolieron hace un par de años, los sobretodos no son solo para ocasiones especiales y el maquillaje, cuando lo hay, es un delineador negro.
Pero no es solo la ropa lo que permite identificar a los brasileños a la distancia. Esto también es posible por los lugares que frecuentan. El brasileño promedio que se cree chic reserva una mesa en Don Julio Parrilla a las siete de la tarde porque no pudo conseguir un lugar para la hora convencional de la cena. Igualmente, tengo que reconocer que todo extranjero que viene a esta ciudad siente que ne-ce-si-ta comer en ese lugar y no se puede hacer nada al respecto. Sin embargo, lo que realmente le gusta al brasileño promedio son los lugares amplios, clean, con muchas mesas color marfil, mucha luz y pisos claros de cerámica. Suelen querer cosas que no están en la carta, le dicen croissant a la medialuna, piden todo tipo de explicaciones al mozo y se levantan sin dejar propina.
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