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El otoño en Avenida Santa Fe |
En mayo se cumplieron siete años desde que decidí dejar lo poco que tenía en Brasil y venirme a Buenos Aires. Desde entonces, vengo pensando en la locura que es estar acá tanto tiempo.
La historia es vieja, familiar y repetitiva: llegué para pasar seis meses y la cosa se acabó alargando. Bastante, digamos. Mucha gente entiende por qué elegí Buenos Aires, incluso muchos brasileños vienen todos los años con la misma idea. Y si estuviste acá al menos una vez, probablemente también hayas tenido al menos un poco de ganas de no volver a casa. Lo que pocos entienden, sin embargo, es por qué sigo eligiendo Buenos Aires, siete años después de mi llegada.
El caso es que, si por un lado todavía me sigo impresionando, amando y comparando muchos aspectos de acá con Brasil, al mismo tiempo también siento que me volví una argentina más. Esto significa no sólo que me instalé definitivamente en este espacio geográfico, sino que prácticamente no conozco otra forma de vivir la vida adulta que no sea en Argentina.
Todo el mundo habla de la inflación, de la crisis, de la pobreza, del desempleo, y mucho de lo que dicen es cierto, pero yo apenas conozco otra realidad, otro sistema. Cuando llegué a Buenos Aires hacía menos de tres años que me había mudado de la casa de mis padres, empezado a trabajar full time y a pagar mis propias boletas. Acá ya son más de seis haciendo esto. Cuando una forma de vida es prácticamente la única que conocés, aunque sepas que hay otras, simplemente la vivís, naturalmente.
Pero es obvio que no sigo eligiendo Buenos Aires sólo porque me siento cómoda. Las cosas que me gustaban en mis primeros meses acá siguen teniendo el mismo efecto en mí. Y, de hecho, después de vivir muchos años en Buenos Aires terminás descubriendo que la ciudad nunca es igual que ayer y que aunque vivas acá durante 70 años, todavía no habrás conocido todo lo fascinante que ella tiene a ofrecer.
Buenos Aires se renueva cada día. La gente va y viene, al igual que los bares, cafeterías y restaurantes. Las plazas cambian de color. Las ferias cambian de lugar, los teatros cambian de espectáculos. El verano se va y se lleva todo el color. Llega el otoño y trae una luz totalmente distinta y una nueva forma de disfrutar los espacios.
Un año la moda son las cervecerías artesanales, al siguiente son las tiendas de donuts, luego los cafés de especialidad, los tés asiáticos y los bares de vinos. Y aunque una dé paso a la otra, Buenos Aires también tiene muchos de esos clásicos que sobreviven a todas las crisis, a todos los gobiernos, a todas las pandemias y conservan décadas de historia, sirviendo siempre la misma receta de medialunas, con ese sabor que te acordás de la primera vez que fuiste.
Si la vida consiste en distraernos hasta que todo se acabe sin razón, entonces creo que Buenos Aires me trae más distracciones que Brasil. ¿Europa no podría traer más?, pienso a veces. Puede que si, no lo sé, no estoy allá para saber. Tal vez algún día, cuando sienta que Buenos Aires ya no es suficiente.
Pero una cosa es segura: en estos siete años no perdí ni un minuto de mi vida. Nada fue en vano y todo lo que viví sirvió y seguirá sirviendo si o cuando decida que quiero despertarme bajo el sol de otro lugar.
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