Honestamente, no puedo pensar en una profesión que tenga más probabilidades de acabar con el último 10% de mis ganas de vivir que la de influencer. Cualquier cosa en el campo de la medicina y la odontología solía estar en la misma posición, pero ser una influencer digital es mucho peor, porque, para empezar, nadie necesita una influencer. Por más espantoso e insalubre que sea estar todo el día lidiando con personas y sus fluidos corporales, la sociedad necesita médicos y dentistas para seguir existiendo, y eso hace que sea difícil que estos profesionales se queden sin trabajo y sin dinero. Y por más agotador que sea su trabajo (no estoy segura de que lo sea), ellos no tienen que humillarse para conseguir dinero. Suponiendo que tratar con fluidos humanos no sea una especie de humillación (no estoy segura de que lo sea).
En cuanto a la influencer, incluso cuando está triunfando, cuando ya no tiene que pasar por pequeñas humillaciones diarias como mandar DMs a las marcas pidiendo un tarro de mermelada a cambio de un boomerang comiendo tostadas, sigue viviendo de pasar vergüenza. Cuando la influencer alcanza cierto grado de éxito, ya no necesita perseguir marcas, es cierto. Aunque en muchos casos le paga a alguien para que lo haga por ella. También es cierto que, además de los productos de la marca, a cambio de los boomerangs ella también gana dinero, mucho dinero. Muchas influencers incluso juran que eligen muy bien las marcas con las que trabajan. Pero, señora, ¿de verdad? Es decir, en esta foto estás oliendo una botella de suavizante y en la anterior estás tomando una especie de café para deshinchar. ¿Qué tipo de elecciones estás haciendo? La única explicación sería si las otras ofertas que recibiste fueran marcas de pomada para hemorroides o champú para piojos.
Si hay algo que odio más que lidiar con fluidos corporales de desconocidos, es sentir vergüenza. Ni siquiera por dinero aceptaría sentir vergüenza. Sé que a veces es inevitable, pero si puedo evitarlo, lo evito. También sé que para mí el concepto de sentir vergüenza (lamentablemente) puede resultar distinto al resto de la humanidad. Algo preocupante por decir lo menos, porque cada vez que alguien hace algo vergonzoso sin sentir absolutamente nada raro al respecto, termino experimentando la famosísima vergüenza ajena.
Sé que tal vez la muchacha que huele el suavizante cree que no está pasando vergüenza y mucha gente puede estar de acuerdo con ella. Sin embargo, instintivamente me imagino en su lugar, ahí, en esa lavandería blanca, al lado del lavarropas, oliendo una botella de suavizante y publicando una foto en mi Instagram. Y todo lo que puedo pensar es en la humillación pública que eso sería. No estoy diciendo que ninguna cantidad de dinero en el mundo pagaría por la humillación, porque tal vez unos cientos de miles de dólares y la posibilidad de poder desaparecer del mapa después de eso podrían pagarla. Pero menos que eso, definitivamente no.
Y no es que mi trabajo actual, que consiste precisamente en escribir para marcas, sea mucho más digno, pero al menos no me da vergüenza. No firmo nada, nadie sabe que fui yo y nadie me ve la cara. Y tampoco tuve que escribir nunca sobre suavizantes y café para deshinchar, lo que hace que el ambiente sea aún más agradable.
Ah, ¿y sabés lo que no necesito hacer tampoco? Collabs. No necesito molestar a otro redactor (content manager, content creator o lo que sea) para que cree contenido conmigo y así darme a conocer más. Tampoco tengo que fingir públicamente que soy amiga de otras personas de mi área, sacarme fotos con ellas, maquillarme a diario y levantarme de la cama para hacer cosas solo para mantener mis redes sociales actualizadas. Ni siquiera necesito salir de casa. O sea. Incluso si mi sueldo fuera únicamente créditos de delivery, mi trabajo sería mejor y menos humillante que el de una influencer.
Nenhum comentário:
Postar um comentário