No tengo tiempo

Posta. Y es la razón por la que prácticamente no estoy escribiendo más. Mi próximo post iba a ser sobre mi viaje a Madrid, que, fijate, fue hace casi dos meses. Ahora ya no tiene sentido hablar de Madrid porque ni siquiera me acuerdo cómo era Madrid, ni cómo fue estar ahí. Me acuerdo que la comida en casi todos lados era medio mala, pero este no puede ser mi principal recuerdo de Madrid.

En los días posteriores al viaje, llegué a escribir una parte del posteo en mi cabeza, pero, lamentablemente, no es así como funcionan las cosas, y mientras la IA no pueda transformar mis pensamientos en textos coherentes, no va a funcionar. Más o menos un mes después del viaje, finalmente me di por vencida.

Fue mi primer viaje largo desde que estoy en Barcelona, y merecía algunas palabras, pero ya era demasiado tarde. Y yo seguía sin tiempo. Entonces, pensé, el próximo posteo podría ser sobre Tarragona, unos días antes de la pequeña escapada al pueblo histórico catalán. Entre contratiempos con el tren (que no llegaba a Tarragona por obras en las vías, algo descubierto minutos antes de embarcar), lluvia, pasaporte olvidado y una alerta masiva de temporal en los celulares, fue la ciudad que más me gustó visitar en Cataluña. Y en España. Pero seguía sin tiempo para escribir al respecto.

Ahora ya estamos con un pie en diciembre y no escribí nada sobre nada, y me siento culpable, no solo porque pago por este maldito dominio .com, sino porque me gusta escribir acá. Porque dentro de algunos años podría volver a leer el texto (que no existe) y reírme de que la comida de los restaurantes en Madrid era mala, y tal vez de que hacer combinaciones del metro ahí tardaba aproximadamente 15 minutos.

Entonces, como decía, diciembre está a la vuelta de la esquina y debería escribir sobre cómo en unos días se cumplirá un año desde que me fui de Buenos Aires, y que todavía pienso en ese lugar todos los días. Y quizás sobre las cosas que más extraño de allá. O sobre las cosas que son mejores allá que acá, corriendo el riesgo de que algún español lea y descubra que Buenos Aires es la mejor ciudad del mundo.

Y después aún tendría que escribir sobre cómo, por primera vez en mi vida, mi cumpleaños, la Navidad y el Año Nuevo serán en invierno. COMO EN LAS PELÍCULAS.

Entonces recuerdo todas las veces que me senté con la computadora en las piernas, mirando una página en blanco de Google Docs, muriéndome de ganas de escribir y con tiempo para hacerlo, pero sin ninguna idea de qué decir.

No me acuerdo dónde leí que es mucho más fácil escribir cuando está todo una reverenda mierda, que, o hacés eso, o te acostás en posición fetal en una habitación oscura, y creo que tiene sentido. Porque no tengo tiempo ni para acostarme en posición fetal. Quizás 15 minutos antes de dormir.

Entre trabajar como una yegua (una yegua freelance, lo que es peor, ustedes lo saben), ir al gimnasio seis veces por semana para mantener la cordura, las clases de catalán (¿viste?, ni eso había contado todavía) y las tareas de catalán, mi pequeña vida social y la afectiva, y los varios libros que estuve leyendo, tuve que elegir vivir en lugar de escribir. Sí, una locura. Igual no devolveré la credencial del club.

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