Nunca supe con certeza si soy tímida, introvertida o incluso las dos cosas a la vez, pero lo cierto es que siempre tuve mucha vergüenza de todo. Tengo tanta vergüenza adentro mío que me queda suficiente para sentir por los demás. Sí, la afamada vergüenza ajena. Sumado a esta vergüenza - o como consecuencia de ella, no lo sé - también me aterra molestar a la gente. Como pedir un favor, pedir direcciones en la calle, preguntar la hora, pedir permiso para pasar, preguntar si alguien necesita ayuda o hablar con extraños en general. Ah, ¿pero no eras reportera? Sí, por eso era reportera. No hay tipo de gente al que le guste más molestar a los demás que al periodista. Sin embargo, resulta que la vida está ahí, sucediendo todos los días y cada tanto tenés que hablar con extraños.
Durante mucho tiempo básicamente me gané la vida hablando con extraños. Así que con los años aprendí a manejar toda la vergüenza y la incomodidad que sentía. Aprendí a tratar con ella en muchas situaciones. Y a veces, aunque he trabajado bien ese sentimiento, todavía necesito unos minutos para activar el proceso.
Hace unos meses compré un bello tapado de piel fake de segunda mano y cuando llegó a mi casa y abrí el paquete, me angustié un poco. No sabía si iba a tener el coraje de usarlo porque era bastante grande y el color era muy llamativo. El primer fin de semana que tuve el tapado, decidí ponérmelo. Había gastado dinero en esa mierda y a nadie le tenía que gustar o disgustar mi tapado. No molestaría a nadie (¿los ojos de algunas personas? Tal vez, pero no es suficiente), así que simplemente me puse el abrigo, respiré hondo y salí de la casa. Caminé hasta el subte, entré al subte, fui en subte hasta Belgrano y absolutamente nadie me miró de manera particular. Era como si estuviera vestida con una camperita de jean. Y luego me di cuenta de algo que en realidad todos ya sabíamos: a nadie le importa, todo está en nuestras cabezas, y si a alguien le importa, que se cague. O sea, no estoy bailando en TikTok o recitando poemas en Instagram, solo estoy vistiendo un tapado de piel fake color caramelo.
La semana pasada fui a mi primera clase de canto (sí, sí, pero ese es un tema para otro día) y la profesora estuvo todo el tiempo hablando de mis aspiraciones como cantante (risas), mi gusto musical y de técnicas de respiración. Al final me preguntó si podía cantar una canción o si me daría mucha vergüenza. Eso me llamó la atención. Si no canto frente a la profesors de canto, ¿frente a quién cantaré? ¿Al club de fans de Whitney Houston?
No sé si no me sentí avergonzada en lo absoluto o si supe manejarla bien, pero fruncí el ceño cuando me hizo esa pregunta, porque eso significa que mucha gente va a clases de canto y se avergüenza de cantar delante de la profesora ¿Les dar´q vergüenza hablar con extraños? ¿Será que me avergüenzo de las cosas que no debería avergonzarme y no me avergüenzo de cosas que sí debería?
Aqullea mujer, que se gana la vida enseñando a cantar a la gente, ya sabía que yo era un desastre, que cantaba mal, que no sabía afinar y tenía la potencia de un hámster bebé, ya se la había advertido antes. Yo estaba allí precisamente para cambiar este panorama. Así que canté tranquilamente The Steps de Haim y me fui a casa sintiéndome increíble porque ella dijo que esperaba algo mucho peor. O sea, yo escribo en un blog y comparto el link en Twitter, tengo cosas más importantes de las que preocuparme y avergonzarme.
Por eso digo, manejá tu vergüenza. Intentá no sentirla. Usá ropa llamativa, ningún koala morirá por eso. Y si querés bailar en TikTok o recitar poemas en Instagram, hacelo. Estaré acá sintiéndome avergonzada por vos.
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