La adolescencia es una mierda y eso es indiscutible. La adolescencia de todos fue una mierda, en mayor o menor grado, y si la tuya no fue una completa mierda, seguramente te sentiste una mierda la mayor parte del tiempo. “Oh, quiero volver a ser adolescente”, dijo nadie nunca. Al menos nadie sobrio y sin trastornos diagnosticados.
Sin embargo, en medio de tanta depresión, tristeza, odio, miedo, inseguridad, decepción, soledad e incomprensión, es necesario reconocer que la adolescencia tuvo una cosa buena: la licencia para ser pelotudo.
Básicamente, cuando sos adolescente podés ser grosero, antipático y desagradable. Son síntomas de esa fase de la vida, no hay nada que discutir. Aunque a menudo haya una reacción del receptor, todo el mundo entiende, nadie se siente agredido o se lo toma como algo personal. Es algo intrínseco a los adolescentes, la sociedad lo sabe. Y es el único atributo de esa época que extraño a diario.
A partir de los 17, tu licencia para tratar mal a la gente, no salir de tu habitación para saludar a las visitas, dar portazos o gritar que te vas a matar, empieza a disolverse poco a poco. Te empiezan a tomar en serio, tu madre empieza a no hablarte durante unos días, tus amigos empiezan a alejarse y tu jefe empieza a llamar a Recursos Humanos para pedirles que abran un nuevo puesto.
De repente necesitás disculparte por todas las cosas que decís y hacés, pero disculpas de verdad. De esas que te hacen pensar una hora y media qué decir y escribir un texto en el bloc de notas del celular para luego enviarlo por mail o Whatsapp. Y para que no tengas que disculparte siete veces al día, empezás a aprender que ser adulto se trata básicamente de fingir que todo está bien. Que nada te molesta, que te morís de ganas de saludar a las visitas y que no pasa nada si tu amiga llegó 25 minutos después de la hora acordada. También aprenddés que las ganas de morir solo deben ser discutidas con tu psicólogo y en voz baja.
Sé que para un mundo mínimamente civilizado es necesario actuar así. Sé que todos quieren reventar la puerta y decir verdades en la cara de la gente siete veces al día, pero si hiciéramos eso, el mundo sería un lugar aún más peligroso para vivir. Mejor dejarles este privilegio a ellos, tenemos libre el consumo de alcohol para lidiar con todo esto.
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