Culo transpirado y desesperación

Odio el verano. Hace unos años no lo odiaba tanto, pero ahora sí. De verdad. Y este está siendo especialmente insoportable, no sé por qué.

Oh, sí, lo sé.

Está haciendo un calor insoportable todos los días desde la primera semana del año. Antes lo que pasaba en el húmedo Buenos Aires era lo siguiente: tres días de infierno en la tierra, 36 grados, térmica de 44, y luego, cuando ya empezabas a pedirle a Dios que te llevara, llovía. Y el clima se mantenía agradable durante varios días. Luego otra vez, y se repetía hasta finales de febrero, cuando por fin iban quedando atrás los días de sufrimiento extremo.

El calor que está haciendo ahora no llega a los 36 grados, ​​quizás a los 33 o 34, pero es todos-los-días. Y cuando llueve, la temperatura baja a 29, durando unas miserables 24 horas. Luego vuelven los 34 por otra semana más.

Irónicamente, este es mi segundo verano en Buenos Aires con aire acondicionado. Solo que no me lo dejo prendido durante todo el día, porque millonaria, a pesar de mis esfuerzos, todavía no lo soy. Entonces, en ese intervalo entre una prendida y otra, cuando vuelvo a abrir todas las puertas y ventanas, me agarra la desesperación.

Hace unos días tenía ganas de llorar por el calor. ¿Alguien ha llorado alguna vez por el calor? El calor me pone de mal humor, arruina mi vida por completo y me genera ganas de no hacer nada más que una cosa: matar a todos, especialmente a quienes les gusta esta mierda.

No hay nada bueno que pueda venir de una temperatura superior a los 30 grados. Nada. O mejor dicho, hay un lugar donde una temperatura superior a los 30 grados trae cosas buenas: dentro del horno. Un horno trae pizzas, tortas y pastel de papas. No debería ser normal que haya una temperatura similar a la de un horno fuera del horno.

“¡Ay, pero me gusta la playa y la pileta!”. Callate.

Podés ir fácilmente a la playa o a la pileta con una temperatura alrededor de 27 grados. ¿Sabés lo que no se puede? Ir al gimnasio cuando hacen 34 grados, comer en un restaurante cuando hacen 34 grados, tomar un tren y visitar a tu suegra cuando hacen 34 grados. De hecho, esto del restaurante es gracioso. Mentira, no tiene nada de gracioso lo que te voy a contar.

En mi cumpleaños más reciente (no digo el último porque parece que ya no cumpliré otros) quise comer risotto de langostinos. Era ocho de diciembre y ya hacía un calor subsahariano en esta ciudad. Pero fuimos por mi risotto de langostinos. El restaurante tenía aire acondicionado, pero el lugar era grande y no tan frío como una esperaría. Todo iba bien mientras tomaba mi vinito rosado frío, pero apenas llegó el mozo con ese plato hondo lleno de arroz arborio, langostinos y queso, ya me empezaron a transpirar las nalgas profusamente sobre la silla de cuero sintético. Siempre me transpira el culo, especialmente cuando estoy en pollera o shorts sentada sobre cuero sintético. Mientras comía el risotto, el flujo de transpiración aumentaba hasta alcanzar niveles insostenibles. Entonces agarré una servilleta y empecé a secarme discretamente las piernas para que nadie viera esa lamentable escena.

Terminé de comer como si acabara de hacer cuatro series de sentadillas, y por alguna razón mi mente había creado la idea de que cuando saliéramos de ahí, el aire refrescante de la calle haría que todo estuviera bien. Pero cuando finalmente abrimos la puerta fuimos bendecidos con el aliento de un dragón. Intentamos caminar hasta unos bares para tomar algo frío, pero terminamos en el sillón de casa, con el aire acondicionado a 17 grados.

Una joven que cruza los 30 no puede tener un día de glamour ni siquiera en su cumpleaños. Todo es humillación y sufrimiento. Y todo por culpa del calor.

PD. Mientras terminaba de traducir esto al español, empezaba una tormenta y la temperatura bajaba vertiginosamente. 

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