Empecé a ir a terapia. Esta es la segunda vez que esto sucede en mi vida. Eso es, por supuesto, si ignoramos esa ocasión cuando tenía 19 años y fui a una única sesión en la que pasé 40 minutos llorando delante de la pobre mujer y nunca más volví. Hoy en día, cuando pienso mejor en lo que pasó ese momento, creo que era caso para clonazepam, bromazepam y quizás internación, aunque no recurrí a ninguna de estas alternativas y ni siquiera recuerdo cómo llegué a salir de esa... ejem... situación.
Pero volviendo a la circunstancia actual, llevo poco más de un mes yendo al consultorio de una psicóloga. ¿Elegí a la profesional por recomendación de un conocido o por comentarios positivos que escuché/leí sobre ella? Obviamente no. Llegué a mi terapeuta después de contactar a ocho profesionales de mi prepaga que trabajaban cerca de mi casa. Ella fue la primera en aceptar programar una cita. No había posibilidad de que yo pagara la consulta completa con una profesional de renombre ni de desplazarme más de seis cuadras para ser atendida por otra profesional de renombre, así que ella fue elegida. O la que me tocó por las circunstancias de la vida.
¿Se trata de una excelente profesional? Mmm. Difícil decirlo. No conoce muchos términos que usan los jóvenes de hoy, como “responsabilidad emocional” (¿o eso solo existe en Twitter?) y a veces no entiende a qué me refiero. Pero tal vez el problema sea yo. ¡Perdoname si no me siento cómoda diciendo con palabras claras que soy completamente inútil en las conexiones humanas! Pensé que era parte de su trabajo descifrar estas pequeñas vicisitudes escondidas entre líneas.
También hay otra cosa, digamos, curiosa. Ella siempre está desesperada por cobrar sus honorarios. No sé exactamente qué porcentaje de la sesión tengo que pagar de mi propio bolsillo, pero reconozco que es una cantidad muy ínfima. Y aun así, ella siempre se encarga de pedir el dinero inmediatamente en el mismo milisegundo que termina de decir “seguimos la semana que viene”. Las últimas veces incluso innovó y pidió el copago antes de empezar, porque, según ella, un chico recientemente se olvidó de pagar. Algo improbable, ya que, al menos en mi caso, ella nunca permitió la más remota posibilidad de que esto sucediera. Tal vez ella crea que mi caso involucra comportamientos cuestionables, como salir corriendo sin abonar la sesión. No sé. En todo caso, no sería posible, una vez que ella tiene abrir la puerta del edificio para que yo pueda salir. O tal vez siempre tiene hambre (mi sesión es a las 12hs) y cuenta con esa plata para comprarse un súper pancho en el quiosco de la esquina. No alcanzaría para otra cosa.
De todos modos, creo que todavía es demasiado pronto para sacar conclusiones más sólidas. Ya veremos. Lo difícil ahora mismo sería vivir en Argentina siendo no-argentina sin poder pagarle a alguien para que escuche mis frustraciones semanalmente.
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