Tengo un balcón en mi propia habitación. Sí, ahora cada mañana cuando me despierto y abro las persianas venecianas que son tan viejas como este edificio (unos 100 años, arriesgaría decirlo), podría quedarme ahí en mi balconcito mientras tomo mi café. No lo hago por algunas razones: estuvo lloviendo durante casi todo el mes de marzo, todavía hace algo de frío y en frente a mi habitación hay un colegio con niños gritando como desquiciados todo el día. Y adultos por la noche. En mi último departamento en Buenos Aires me pasaba algo similar (no con el balcón, pues no había, pero sí con el colegio), así que es una tortura ya conocida. Pero se entiende que corta todo el clima, ¿no?
Mi tercer hogar en Barcelona está en el barrio de Sarriá-Sant Gervasi, pero me gusta decir que es Gràcia, no solo porque es mucho más cool vivir en Gràcia, sino porque efectivamente Gràcia está doblando la esquina. De los tres barrios en que viví, este es claramente mi favorito. Está entre el lío permanente del Eixample y el constante aburrimiento de La Verneda. Entre los brunchs llenos de guiris del Eixample y los cafés-bar fundados para operarios hace 45 años de La Verneda.
Con la mudanza se fueron recuerdos y situaciones que me arruinaban la psiquis y de pronto empecé a reflexionar. ¿En cuántas casas más viviré en esta ciudad hasta que me hinche las pelotas y me vaya a vivir aislada en medio a los Pirineos?
Sí, sí, muy lindo vivir en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo y tener todo a mano en dos segundos, ya lo sé. Pero cuando llegás al momento de tu vida en que tus búsquedas de Google son básicamente el precio de una inyección de bótox, de una cafetera y de un juego de sábanas de 300 hilos, lo siguiente solo puede ser alquileres en pueblos remotos de España.
No sería nada muy distinto de lo que vengo haciendo toda mi vida, si lo pienso. Es decir, no mudarme a un pueblo remoto de España, sino hincharme las pelotas y decidir hacer algo completamente diferente.
Mientras tanto, empezaré a disfrutar de la primavera, que creo que finalmente ha llegado a este país, para poder aprovechar mejor mi balcón sub alquilado, aunque sea en el silencio de las 10 de la noche, quizás con un Marlboro entre los dedos. Bueno, no. Si empiezo a fumar, el bótox tendrá que ser la prioridad, pero ahora lo que quiero realmente es una cafetera.
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